viernes, 24 de octubre de 2014

El PP y los jetas de las tarjetas

El PP y los jetas de las tarjetas

  • Ciego y sordo ante el clamor de la calle, el Partido Popular ha desaprovechado la oportunidad que le brindaba el escándalo de Caja Madrid para ofrecer una imagen implacable contra la corrupción


Timorato, torpe, lento de reflejos, ciego y sordo ante el clamor de la calle... El PP sigue sin aprender la lección. Una lección bien simple, por cierto: asfixiados por años de severísimos recortes, los ciudadanos -cada día más indignados, y con razón- exigen la máxima contundencia contra la corrupción. Actuar caiga quien caiga. Sin contemplaciones. El listón de exigencia ética de la sociedad está más alto que nunca. Y la credibilidad de los partidos y de la política, incluso de las instituciones -al menos, de algunas-, en el fondo de un inmenso pozo.

El PP no se entera. Envuelto de nuevo en el fango del chapapote de un aluvión de escándalos, pretende aplicar viejas recetas del pasado que ya no valen: mirar hacia otro lado, ganar tiempo, dejar que los problemas se resuelvan por sí solos... La imagen de Mariano Rajoy en los pasillos del Congreso huyendo literalmente de los micrófonos para no dar la cara oscila entre lo cómico y lo patético. Como si la imputación del exministro y exsecretario general del partido Ángel Acebes -le sustituyó a él en el cargo y él le mantuvo al asumir la presidencia de los populares- le resultara ajena. Como si los principales implicados por las mordidas de los jetas de las tarjetas de Caja Madrid no fueran Rodrigo Rato, exvicepresidente del Gobierno y pieza clave en el PP durante al menos dos décadas, y Miguel Blesa, cuyo mayor mérito para liderar la entidad era el de compartir pupitre con un tal José María Aznar. Como si Caja Madrid, y luego Bankia, no hubiesen estado gestionadas -ya se ve que pésimamente- por personas afines al PP, con la connivencia de destacados militantes del PSOE, Izquierda Unida, UGT, CC OO, la patronal... Ilustres representantes de "la casta", que diría Podemos, que aprobaban todo por unanimidad, incluidos los movimientos que llevaron a la quiebra a la caja y obligaron a rescatarla con el dinero de todos los españoles. Eso sí: untados con miles y miles de euros en negro que dilapidaban, con las ya famosas tarjetas de la vergüenza, en viajes de lujo, comilonas en los restaurantes más caros, ropa de marcas exclusivas, clubes nocturnos y -los más cutres- hasta en la compra en el supermercado.
Mucho Rato
Mal que bien, empujados por el sonrojo de que sus hombres de confianza en Bankia hayan sido pillados con las manos en la masa, partidos y sindicatos han puesto en marcha una 'operación limpieza' para desprenderse de ellos y poner tierra de por medio. Lo ha hecho el PSOE con un discurso ejemplarizante, aunque con la ventaja de que no tenía 'pesos pesados' en la entidad. (Más mérito tendría que Pedro Sánchez aplicara a los cabecillas del monumental millonario fraude de los EREs en Andalucía la misma y aplastante lógica con la que ha expulsado del partido al exministro Virgilio Zapatero y a otra decena de militantes). Lo ha hecho IU con José Antonio Moral Santín, vicepresidente de Bankia -gastó 456.000 euros con las 'black', de los que 360.000 fueron retirados en efectivo-; lo han hecho CC OO y UGT con sus líderes en Madrid Rodolfo Benito y José Ricardo Martínez ... (Por cierto, cada hora que pasa y cada dato nuevo que se conoce resulta más patética la torpe defensa de su inocencia por parte de ambos dirigentes en una emisora amiga apenas unas horas después de que estallara el escándalo) Y lo ha hecho el PP, pero sin acabar de hacerlo. Es decir, a la manera rajoyesca.
La simple hipótesis de una expulsión fulminante de Rato dejó sin aliento, e inmovilizados por el miedo, a los máximos responsables del partido, mientras otras fuerzas políticas exhibían sus depuraciones internas -sin el menor atisbo de grandes autocríticas, eso sí- y exigían a Rajoy que obrara en consecuencia. Rato era mucho Rato. Un histórico de verdad. Exvicepresidente del Gobierno. Padre del 'milagro económico' español iniciado a finales de los años 90. Candidato a suceder a Aznar, que no le apuntó con su dedo, según algunos medios, no por falta de cualidades, sino porque cayó en desgracia ante Ana Botella tras su separación matrimonial. En definitiva, una de las cabezas mejor amuebladas de la derecha, que cometió errores impropios de su talla intelectual y su olfato político desde que abandonó la dirección del Fondo Monetario Internacional (FMI). A lo más que se atrevió Rajoy fue a, con las bases y sus propios dirigentes estupefactos por su inacción, convocar al Comité de Derechos y Garantías para analizar (que no decidir) el futuro de su ilustre militante. Hasta hoy.
'Modo pánico'
Maniatado por sus fantasmas internos y por el 'modo pánico' en el que se vio sumido en los primeros días de la crisis del ébola, la parálisis del PP y la apabullante presión exterior empujó al propio Rato a dar el paso que no se atrevía a dar su partido: pedir la baja temporal.
¿Un alivio para el PP? Sólo en parte. Sí en la medida en la que evita al partido el desgarro de una salida traumática de una figura tan destacada. Sí en la medida en que paraliza la investigación interna que acababa de abrirse -un trámite siempre incómodo de puertas adentro- y, aparentemente, da por zanjado el asunto. Pero no en la medida en la que el PP, para hacer creíble su discurso de regeneración democrática y conectar tanto con la calle como con sus propios votantes, habría necesitado un gesto de firmeza, un golpe encima de la mesa que transmitiera un mensaje contundente: "hasta aquí hemos llegado". Una opción más desagradable que la elegida. Sin duda. Pero seguro que también más efectiva.

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